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SI DIOS EXISTE,

¿POR QUÉ PERMITE...?

Si Dios existe, ¿por qué permite la existencia del mal? Esta es la pregunta que usted se ha hecho más de una vez y acaso el no poderla contestar le ha impedido tomar una posición clara respecto a Dios. Usted se pregunta :
 
 

Si Dios es tan bueno, ¿por qué hay tantas injusticias?

En realidad, Dios no es tan bueno como usted piensa. Dios es infinitamente mucho más bueno de lo que usted se imagina.

Usted, en el lugar de Dios, ya habría acabado con algunas de las injusticias de este mundo, ¿verdad? Pero Dios tiene un sentido de la justicia mucho más fino que el suyo, y si hubiera escogido su sistema para terminar con el mal, no crea que ya hubiese acabado con solamente algunas injusticias, sino que hubiera exterminado a la Humanidad entera. Su perfecta justicia habría hecho polvo la más leve sombra de mal. Usted mismo no estaría ahora leyendo estas páginas, ni yo hubiese podido escribirlas.

Pero Dios ha escogido otro método para resolver el problema. Prefiere educar y transformar en vez de exterminar. ¿Qué le parece mejor? ¿Matar al delincuente o darle una oportunidad para que se convierta en una persona honrada? ¿A cuál padre admiraría usted más? ¿Al que habiéndole salido un hijo descarriado lo abandona o al que se esfuerza para volverlo al buen camino?

Ahora vivimos un tiempo de espera. Dios nos dice en las Sagradas Escrituras que vendrá un día en que hará justicia, el día de la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo, en que vendrá a pagar "a cada uno conforme a sus obras" (S.Mateo 16:27).

Pero los hombres somos impacientes. Ya a finales del primer siglo de nuestra era había quienes preguntaban: "¿Dónde está la promesa de su advenimiento?... Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la Creación." A los cuales la Palabra de Dios, por medio del apóstol Pedro, contestó y sigue contestándonos a nosotros hoy: "Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza; sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 Pedro 3:4-9).

Es muy fácil acabar con el mal por medio del exterminio, pero no es el mejor sistema. Dios tiene otro plan mucho mejor. En él "La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron" (Salmo 85:10).

Dios, Santo y Justo, no puede pasar por alto el mal: "El alma que pecare, esa morirá." (Ezequiel 18:4), declara la Escritura. Si Dios fuese sólo justicia no habría esperanza para nosotros. "Qué cosa es el hombre para que sea limpio, y para que se justifique el nacido de mujer? He aquí, en sus santos no confía, y ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos: ¿Cuánto menos el hombre abominable y vil, que bebe la inquidad como agua?" (Job 15:14-16). A los ojos de Dios todos estamos condenados porque todos somos pecadores. Cada vez que a la vista de una injusticia arda de indignación y sienta deseos de que el castigo se cumpla sin demora, descienda al fondo de su corazón y considere que si Dios tuviese por norma exterminar el mal instantáneamente, entre las cosas que habría que destruir están su corazón y el mío y el de todo el mundo.

Pero Dios espera. Dios no es sólo Justicia, sino Amor; no quiere que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento y ser así liberados del pecado que los arrastra al mal. "En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que vivamos por él...; envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados" (1 Juan 4: 9,10). Jesucristo sufrió en la cruz del Calvario la condena que merecíamos por nuestros pecados. Dios no podía perdonarnos porque junto a su santidad perfecta no puede morar el pecado, pero El mismo pagó por nosotros Y ahora, por medio del arrepentimiento y la fe en la obra de Cristo, podemos tener vida nueva: "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es" (2ª Corintios 5:17). En tanto que el Señor vuelve y se acerca aquel día en que "la justicia irá delante de él y sus pasos nos pondrá por camino." (Salmo 85:13), Dios invita a los hombres al arrepentimiento porque no quiere que nadie perezca.

Nosotros, con nuestro mísero sentido de justicia, hubiésemos exterminado a todo el mundo, exceptuándonos, tal vez, a nosotros mismos por aquello de que sabemos ver la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro, como dijo Jesús.

"Tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación." (2 Pedro 3:15).

¿Lo entiende usted? ¿Entiende que Dios no es tan sólo Justicia sino Amor? No critiquemos a Dios echándole en cara la existencia del mal en el mundo, pues somos nosotros los responsables, antes aceptemos la redención que se nos ofrece en Cristo. ¿La ha aceptado usted?

Un crítico no opina hasta que cae el telón. No juzguemos la obra de Dios antes que haya terminado.

Todavía no ha caido el telón del último acto de la Historia. Es necesaria una visión de conjunto del drama humano. Demasiado a menudo olvidamos aquellas palabras de Jesús: "Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después" (Juan 13:7). ¿Es acaso extraño que Dios emplee con nosotros el mismo método que usa un maestro con sus alumnos empezando a enseñarles las cosas por el principio y exigiéndoles fe en que más adelante entenderán lo que ahora no pueden comprender? Es pura lógica.

Quizás usted comprende todo esto, pero en su mente sigue todavía una duda:
 
 

¿Por qué existe el mal?
 
 

¿No podría haber evitado Dios la existencia del mal en su origen, en su misma raíz?

Empecemos por aclarar que Dios no creó el mal. El mal es el fruto de una actitud: la desobediencia del hombre a la voluntad del Creador. No es Dios quien comete las injusticias de que se quejan los hombres, sino estos mismos hombres. Ya lo dice Dios: "Vuestro pecado os alcanzará" (Números 32: 23). Fue la experiencia del pueblo de Israel: "Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mí. Los dejé por tanto, a la dureza de su corazón; caminaron en sus propios consejos. ¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo, si en mis caminos hubiera Israel andado!" (Salmo 81:11-13). Es la experiencia de todos los pueblos; lea el primer capítulo de Romanos en la Biblia, versículos del 19 al 23. En este texto se nos describe la causa de todas las injusticias.

Una brigada de bomberos en una gran ciudad, después de haber extinguido el fuego de una casa y buscando en los escombros a las posibles víctimas, descubrió a un hombre echado pesadamente encima de una cama, aparentemente vencido por el humo. Con la ayuda de otros bomberos, y después de pesados esfuerzos para conducirlo al exterior, intentaron aplicarle la respiración artificial. Pero se dieron cuenta de que estaba muerto. Un examen posterior reveló que hacía horas que había fallecido víctima de los excesos del alcohol que é1 mismo había preparado en su habitación con una especie de destilador casero; y este destilador fue el que provocó el incendio. El pecado de aquel hombre le alcanzó. Se destruyó, a sí mismo y la casa en que vivía.

Y, con todo, nos parece oír una objeción muy corriente: Si Dios todo lo puede, ¿no podía crear una Humanidad sin pecado? En efecto, y fue esto precisamente lo que hizo. El pecado fue la desobediencia de los hombres, no una parte de la Creación divina. Pero ¿no podía Dios quitar toda posibilidad de pecar? ¿No podía hacer de manera que fuese imposible pecar?

Quien dice esto se queja, en el fondo, de que Dios lo haya hecho un ser racional. Por supuesto que el Omnipotente hubiese podido crearnos de tal manera que jamás pudiésemos pecar; hubiese podido hacer de nosotros unos autómatas movidos por simple instinto. Pero Dios tiene más altos objetivos para la raza humana. Dios quiere que los hombres lleguen a ser sus hijos. ¿Le gustaría que sus hijos le obedecieran a usted automáticamente, sin amor, sin voluntad propia, como meros muñecos? Lo que usted no quiere para sus hijos menos va a quererlo Dios. No le extrañe, pues, que el Señor nos crease a su imagen y semejanza (Génesis 1:2: 5:1) y por consiguiente con libertad para elegir y voluntad para obrar. Dios quiere que el hombre obre por convicción, no por ciego instinto como el gato o el canario. (1)

El mal significa que el hombre hizo una elección nefasta y echó a andar por su propio camino. Pero de esto no dé usted la culpa a Dios, quien después de haber creado el Universo y al hombre, nos cuenta la Biblia que "Y vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era bueno en gran manera" (Génesis 1:31). Si consideramos todo lo que ha hecho el hombre después, bien podemos exclamar: he aquí que todo es malo en gran manera. Compare la obra divina y la humana y vea la diferencia.

La agonía del Calvario es la demostración más grande y más sublime de que Dios no se desentiende del drama humano. Podía haber hecho "borrón y cuenta nueva", pero prefirió reconstruir con amor. El hombre fracasó, pero Dios le sale al encuentro en Cristo y le tiende, no una mano, sino todo su corazón.

Acaso usted ya empieza a ver claro, pero le turba todavía la sombra de una duda:
 
 

¿Y las desgracias, catástrofes, etc.?

No todo el dolor que sufren los hombres es originado por el pecado. ¿Qué me dice usted de los naufragios, accidentes, catástrofes, etc.? ¿Son a causa también del pecado las garras del tigre, las fauces del león y el veneno de las serpientes?

Veamos qué tiene que decirnos la Palabra de Dios sobre el particular:
 
 

"Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y

nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria,

ni más vendrá al pensamiento. Mas os gozaréis

y os alegraréis para siempre en las cosas que yo

he creado,... y nunca más se oirán voz de lloro,

ni voz de clamor ...no trabajarán en vano; por

que son linaje de los benditos del Señor... El

lobo y el cordero serán apacentados juntos....

No afligirán, ni harán mal en todo mi santo

monte, dijo el Señor" (Isaías 65:17-25).
 
 

"Pero nosotros esperamos, según sus promesas,

cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora

la justicia" (2 Pedro 3:13).
 
 

Y que el creyente espera una nueva creación ¿qué quiere decir sino que la presente es imperfecta, incompatible con la santidad de Dios?

¿Qué ha ocurrido, pues, en el Universo?
 
 

"Y al hombre dijo Dios: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa." (Génesis 3:17).
 
 

"Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno. Por esta

causa la maldición consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados.." (Isaías 24:5, 6).
 
 

"Porque el anhelo ardiente de la Creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la Creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad , sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la Crea- ción misma será libertada de la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la Creación gime a una , y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino también nosotros mismos..." (Romanos 8:19-22).
 
 

La entrada del pecado en el mundo significó una convulsión que trascendió al propio hombre. El propósito de Dios para el hombre y la Creación fue frustrado por la rebelión de aquél. La rebeldía humana es una revolución que intenta destronar a Dios y colocar el gobierno del hombre por encima del divino. Y en este desligamiento de Dios queda incluida la creación, el hogar humano sede de nuestro señorío. No quisimos la morada bendecida por la presencia y dirección de Dios, antes buscamos vivir a nuestro antojo y así la Creación dejada de la mano del Creador, ciega y sujeta a maldición, vacía del conocimiento del Señor, es el único fondo apropiado para los hijos rebeldes en su trágica aventura de pecado. Como la casa destruida por el incendio de aquel alcohólico de la grande urbe.

De ahí que Dios nos hable de la necesidad de "cielos nuevos y tierra nueva donde more la justicia." "Morará el lobo con el cordero, y el tigre con el cabrito se acostará: el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora ". Y todo ello ¿por qué? "Porque la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar " (Isaías 11:6-9).

¿Y cuándo será esto? En el Reinado del Mesías, cuando Ilegue aquel día en que se manifestará plenamente la voluntad divina de "reunir todas las cosas en Cristo en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos como las que están en la tierra" (Efesios 1:10).

Pero, ¡cuidado!, no confundamos el mal en sí con ciertos dolores y molestias que a la larga son un bien. Los trastornos que produce la gula y la embriaguez, por ejemplo, son un saludable aviso que nos advierte para nuestro bien. Si los abusos del cuerpo no fuesen seguidos de perturbaciones, ello, más que un bien, sería un mal, pues no existiría señal ninguna para detener el desenfreno y la enfermedad física y moral. ¡Cuántas enfermedades se evitarían con sólo hacer caso de estos prudentes avisos!

A este respecto dice un conocido autor:

"Lo que nosotros llamamos enfermedades escribe Maxence van der Meersch, no son sino los múltiples y saludables esfuerzos de nuestra fuerza vital para purificarse: dolores, inflamaciones, fiebres, etc., son otras tantas reacciones defensivas, otros tantos intentos de expulsión y de limpieza. El sufrimiento es el gran educador el hombre. La enfermedad aclara, previene y purifica..." En efecto, de ciertas enfermedades puede decirse que han librado de la muerte a quien las ha padecido por un tiempo.

Ocurre igual con la naturaleza: erosiones volcánicas, tormentas, etc., y toda suerte de fenómenos que considerados aisladamente pueden parecer un mal pero que vistos en su conjunto nos revelan un sabio plan armónico en las leyes que rigen el Universo.

El invierno puede ser desagradable mirado parcialmente, pero es una estación tan necesaria como las otras tres para la sabia y perfecta marcha de la Naturaleza. Un contratiempo en su vida puede ser a veces la causa de una buena experiencia que le haga exclamar: no hay mal que por bien no venga. Y, dígame, cuando ello ha ocurrido, ¿ha dado gracias a Dios? Somos muy dados a quejarnos. Cuando las cosas marchan mal, a criticar a Dios, pero cuando van bien, que nadie nos hable de Cristo, que nos dejen tranquilos. ¿Cree usted que esto es justo? Sin darnos cuenta pretendemos exigir que Dios sea una especie de criado que satisfaga todos nuestros caprichos y a quien puede despedirse siempre que se nos antoje. Idea verdaderamente peregrina y blasfema acerca de Aquel que es Rey de reyes y Señor de señores.

No hemos agotado todas las respuestas al problema del mal. Ni podríamos hacerlo. Pero una cosa podemos afirmar: que en ninguna otra parte, fuera de las Escrituras, que son el mensaje de Dios al hombre, hallará ni la más leve indicación de respuesta. Desearíamos saber más, pero Dios es más sabio que nosotros y nos ha revelado hasta allí donde su soberana voluntad ha creído conveniente. "Las cosas secretas pertenecen a Dios: mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos por siempre para que cumplamos todas las palabras de esta ley" (Deuteronomio 29:29). Lo revelado es suficiente para que descansemos apoyados y confiados en El. Los cristianos sabemos que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien" (Romanos 8:28).
 
 

La actitud del cristiano guiado por la Palabra de Dios es sensata, hasta científica: el hombre de ciencia, cuando sabe poco acerca de un tema que le interesa, no lo desecha, antes se queda con lo poco que puede saber que no con la nada de la ignorancia. Es poco sabia la actitud del incrédulo o indiferente que desprecia la única luz que tenemos sobre este problema de la existencia del mal y se queda con sus dudas completamente a oscuras.
 
 

A los tales les dice Dios:
 
 

"¿Es sabiduría contender con el Omnipotente? El que disputa con Dios, responda a esto... Yo te preguntaré y tú me responderás. Invalidarás tú también mi juicio? ¿Me condenarás a mí, para justificarte tú?" (Job 40:2 y 8).
 
 

El fondo del problema radica en estas últimas palabras. Muchos, como Job, ponen en duda la justicia de Dios. La ironía del Señor en sus respuestas (véase libro de Job, en la Biblia) va mezclada de una profunda tristeza. La palabra divina pone de relieve el origen de todo mal: el pecado del hombre. El esfuerzo humano de justificar la propia conducta impulsa siempre al hombre a condenar la conducta de Dios. ¡Qué cuadro más lamentable! ¡Preferimos acusar a Dios antes que acusarnos a nosotros mismos! Pero es absurdo e inútil. Cada vez que pronunciamos un juicio en contra de Dios, no sólo blasfemamos sino que hablamos de lo que no entendemos...
 
 

Así lo reconoció Job:

"Yo hablaba lo que no entendía.
Cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía.
Oye, te ruego, y hablaré: te preguntaré y tú me enseñarás... Me aborrezco y me arrepiento..."

(Job 42 : 3-6).
 
 

Job se da cuenta de que la comprensión y el poder del hombre son limitados. Reconoce que sólo la confianza en el Señor es la actitud sabia, porque "El temor de Dios es el principio de la sabiduría" (Proverbios 1:7). El más grande descubrimiento que el hombre puede hacer consiste en darse cuenta de su propia impotencia y pecaminosidad. Y lanzarse, como hijo, en brazos del Padre celestial. Es lo que hizo Job al comprobar toda su miseria. Tal fue la experiencia del salmista :

"Cuando pensé para saber esto, fue duro
trabajo para mí, hasta que entrando en el
Santuario de Dios, comprendí..." (Salmo 73:16-17).
 
 

Cristo, por la obra de redención que efectuó en la cruz del Calvario, nos introduce en el Santuario de su comunión.
 
 

"Porque Cristo, cuando aun éramos débiles,

a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente

apenas morirá alguno por un justo; con todo,

podría ser que alguno osara morir por el bueno.

Mas Dios muestra su amor para con nosotros,

en que siendo aún pecadores, Cristo murió por

nosotros" (Romanos 5:6-8).
 
 

¿Puede usted decir que Cristo murió por "sus" pecados? En tanto que no lo haga estará retrasando la solución del problema del mal.

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